La idea de viajar fuera de nuestro planeta se remonta a la antiguedad: ya en tiempos romanos el filósofo griego Plutarco relataba en De Facie in Orbe Lunae la leyenda de un pueblo que conocía un camino hacia la Luna, y también Luciano de Samosata escribió Historia verdadera; un relato sobre un viaje a la Luna con selenitas incluidos, aunque advirtiendo al lector de que todo era fantasía. El predominio posterior de la filosofía cristiana, que negaba la posibilidad de otros mundos, produjo el abandono de estas ideas durante los siguientes 14 siglos, hasta la revolución astronómica iniciada en el siglo XVI con Copérnico y continuada después por Kepler y Galileo, y la invención del telescopio. En 1634 fue publicada póstumamente la que está considerada como una de las primeras obras de ciencia ficción: Somnium; una narración sobre un viaje a la Luna escrita por el astrónomo Johannes Kepler. En su relato, Kepler no alcanza a imaginar cómo podría llegar a realizarse tal viaje, y ante la imposibilidad teórica de justificarlo, imagina la travesía por obra de los espíritus. La imaginación humana estaba pues restringida todavía por la capacidad tecnológica, y tendrían que transcurrir todavía dos siglos más hasta que el novelista Francés Julio Verne idease ese viaje mediante un gigantesco cañón, en su famosa novela De la Tierra a la Luna, de 1865.
Pero probablemente el primer científico que se atrevió a plantear seriamente la posibilidad de realizar viajes espaciales fuese el físico ruso Konstantín Tsiolkovski, quien en 1895 publicó Sueños de la Tierra y el cielo; un relato en donde el autor imagina y describe asentamientos humanos en el espacio, si bien el salto de la ciencia ficción a la ciencia se produce con la entrada en el siglo XX, y más concretamente en el año 1903, tras la publicación del libro Exploración del espacio cósmico por medio de motores de reacción. En este libro, Tsiolkovski expone detalladamente la posibilidad de viajar al espacio exterior gracias a la recientemente descubierta tecnología de los motores a reacción. Tsiolkovsky también vaticinó muchas de las características que definirían los futuros viajes espaciales, como el uso de oxígeno e hidrógeno líquidos como propelentes, o el empleo de cohetes de varias fases durante el lanzamiento, así como la utilización de trajes presurizados y de energía solar en el espacio.
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