Cómo poner palabras al horror. Cómo encajar en el encuadre de una cámara el desastre provocado por una ola hasta de 10 metros de altura que barre una costa a lo largo de 2.100 kilómetros. Cómo narrar el sufrimiento de las familias de miles de personas muertas o desaparecidas.
Cuando la naturaleza hace lo que hizo el viernes pasado en el noreste de Japón -temblar con una intensidad de 9.0 en la escala Richter y provocar un tsunami de proporciones desconocidas desde que Japón comenzó a registrar datos hace 140 años-, los hechos, los adjetivos y las metáforas quedan vacíos de contenido. Porque ante el desastre nuclear provocado por el terremoto y la devastación por el maremoto de la costa noreste de Japón, uno es incapaz de creer lo que está pasando, de aceptar que Japón, ese país futurista y tecnológico, de robots y cómics manga, se halla sumido en su mayor crisis desde el fin de la II Guerra Mundial. Y de poco sirven para describir lo ocurrido términos como cataclismo, apocalipsis o el infierno de Dante.
De pie, al borde de la carretera que conduce a Natori, una población situada unos 20 kilómetros al sur de Sendai (capital de la prefectura de Miyagi), el barrizal ocupa la vista hasta el infinito. Coches de pocos años con el morro hundido en el agua, palés sin carga, modernos invernaderos abarrotados de todo lo que el agua arrastró a su paso, y cabinas de camiones boca arriba salpican los campos de cultivo transformados en cementerios del progreso japonés.
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