Gustavo Adolfo Domínguez Bastida más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer, fue un poeta y narrador español, perteneciente al movimiento del Romanticismo, aunque escribió en una etapa literaria perteneciente al Realismo. Por ser un romántico tardío, ha sido asociado igualmente con el movimiento Posromántico. Aunque fue moderadamente conocido mientras vivió, comenzó a ganar prestigio cuando al morir se publicaron muchas de sus obras. Sus más conocidos trabajos son sus Rimas y Leyendas. Los poemas e historias incluidos en esta colección son esenciales para el estudio de la Literatura hispana, siendo ampliamente reconocidas por su influencia posterior.
Una poesía de Gustavo Adolfo Bécquer
Hoy como ayer, mañana como hoy,
¡y siempre igual!
Un cielo gris, un horizonte eterno
y andar... andar.
Moviéndose a compás, como una estúpida
máquina, el corazón.
La torpe inteligencia del cerebro,
dormida en un rincón.
El alma, que ambiciona un paraíso,
buscándole sin fe,
fatiga sin objeto, ola que rueda
ignorando por qué.
Voz que, incesante, con el mismo tono,
canta el mismo cantar,
gota de agua monótona que cae
y cae, sin cesar.
Así van deslizándose los días,
unos de otros en pos;
hoy lo mismo que ayer...; y todos ellos,
sin gozo ni dolor.
¡Ay, a veces me acuerdo suspirando
del antiguo sufrir!
Amargo es el dolor, ¡pero siquiera
padecer es vivir!
En el Convento sevillano de Santa Inés residía un famoso organista llamado maese Pérez, a quien iba a escuchar toda Sevilla.
El día de la Misa del Gallo, maese Pérez cae enfermo, y un organista envidioso se ofrece a tocar en su lugar. En esto aparece maese Pérez diciendo que no quiere morir sin tocar en esa Misa.
Cuando comienza el Oficio se escucha el maravilloso sonido del órgano durante pocos minutos, quedando a continuación toda en silencio. Maese Pérez acababa de morir.
En la Misa del Gallo del año siguiente, llegó un nuevo organista al que todos consideraban muy malo, pero sin embargo el órgano sonaba igual que siempre. Al terminar el organista juro que no volvería a tocar ese órgano.
Dos años después de la muerte de maese Pérez, la madre Superiora encargó a la hija de éste que tocara durante la Misa del Gallo, pero en el momento de la Consagración, ésta dio un alarido a la vez que decía que veía a su padre tocando. El órgano sonaba solo, era el alma de maese Pérez
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